Paulatinamente, ella fue contándome su historia y viceversa. Creí conveniente que nos encontráramos en otro lugar, y aproveché para llevarla a una tertulia.
Me puso mil peros, tal vez sentía miedo, o pensó que si salía con otro, le era infiel a su amado, ¡qué ingenua!, pero al final accedió.
La pasamos tan bien, la incluyo porque hasta se animó a leer algunas de sus poesías. Y como han de saber, siempre alusivas a la soledad, a la ausencia.
Ese día la llevé a su casa, aparte de que era muy tarde, era una forma de saber que no se escaparía. Conocí a su familia, y me despedí...
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